Una persona puede ser muchas cosas, pero no siempre será capaz de reconocerlo, y puede tener muchos, muchos problemas, y no siempre estará dispuesta a ver las soluciones.
Ella, desde luego, no.
Hace ya tiempo que adquirió esa costumbre, ese "asco" por sí misma, y esa necesidad de echarlo fuera. Un día tras otro.
Ese asco que no es tal asco, es más bien lástima y compasión por su propia vida, y falta de voluntad para cambiarla. Porque su vida no es tan desastrosa como ella la pinta en su mente. Es más o menos normal, la vida de cualquiera, con alguna pincelada de disgustos y contratiempos, como los tuyos, o los míos.
Cada día se dice que ha sido la última vez, pero ella y yo sabemos que no es así. Y mañana intentará que lo sea, para al final rendirse frente a la tele o el ordenador, pensando lo injusto que es el mundo, ¿por qué le tuvo que tocar a ella?
Pero a ella no le ha tocado nada, al menos nada distinto de lo que le toca al resto de la gente. Y ella no lo sabe, no lo quiere saber. Se le pasa mientras come, le ataca la culpa después. Lo soluciona en el baño y empieza otra vez.
Ella no es tan diferente a mí, después de todo. Pero ella no soy yo. Ya no.
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